domingo, noviembre 18, 2012

El Árbol de Navidad.

Tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella. – 2 Timoteo 3:5. De la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe. – Colosenses 2:6-7.
Desde hace varios años, en Navidad se «planta» un abeto de cerca de veinte metros de altura en la esquina de la plaza Kléber en Estrasburgo (Francia). Ese árbol causa la admiración de numerosos transeúntes. Sin embargo, por más hermoso que sea, presenta una diferencia fundamental con todos sus semejantes que pueblan los bosques de los alrededores. En efecto, este abeto no tiene raíces. Sencillamente fue cortado y «plantado» en medio de los adoquines. Durante unos días, dará la impresión de estar vivo. Muchas personas se parecen a este árbol: Tienen una apariencia de vida religiosa. Con una sólida cultura cristiana frecuentan oficios y participan de obras caritativas, pero sin tener una verdadera relación con Dios. Después de las fiestas se quitará el árbol y el hueco será nuevamente tapado. Pero, ¿qué se hará con el majestuoso árbol de Navidad? ¡Se convertirá en leña para calefacción o en algunas tablas! Los demás abetos, en cambio, seguirán creciendo y viviendo. Si nuestra fe se resume en pertenecer a una religión, somos como ese árbol. Nuestra vida cristiana sólo es apariencia. Quizá fuimos bautizados o casados en una iglesia. Dicho de otro modo, somos cristianos de circunstancia. Pero si conocemos a Cristo como nuestro Salvador personal, nuestra vida espiritual está enraizada en él. ¿Tenemos esta relación viva con Dios?

Decir Todo a Dios.

"Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. - Filipenses 4:6-7." Yo me había acostumbrado a visitar regularmente a una cristiana, viuda desde hacía un año, que vivía en una muy modesta granja. Tenía dos hijos: el mayor estaba casado y vivía bastante lejos. El segundo, Lucio, vivía con su madre y parecía no poder defenderse sin su ayuda. La muerte del padre había sido terrible para este hijo. Cierto día la madre me comunicó llorando que tenía cáncer. No temía morir, porque sabía que entraría en el eterno descanso, pero estaba preocupada por su hijo, cuya tristeza y desasosiego serían inmensos. ¿Qué decir en semejante circunstancia? ¿Dónde buscar consuelo, sino junto al “Padre de misericordias y Dios de toda consolación”? (2 Corintios 1:3). Entonces confiamos nuestra tristeza a Dios, seguros de que nos escucharía y contestaría. Dios se llevó a esta creyente dos meses más tarde. ¿Qué le ocurrió al hijo tan amado? Su hermano y sus tíos le ayudaron a manejar la granja. Lucio pudo seguir ocupándose del rebaño. Su hermano lo visitaba una vez por mes para llevar las cuentas. La aldea también se solidarizó y Lucio trabó amistad con varias familias. Pero ante todo, guardó la costumbre de su madre, quien leía todos los días su Biblia. Cuando las preocupaciones o la tristeza lo embargaban, volvía a hallar la paz en la Palabra de Dios

Datos personales

Pastor Elias Alves